Poemas, poemillas... A lo largo de los años se han ido quedando como el arpa de Bécquer, en el ángulo oscuro del papel archivado. Que les dé un poco la luz y el brillo de alguna mirada que se quiera perder sobre ellos.
lunes, 29 de octubre de 2007
Subir y amarte
forzar la espiga hasta sembrar el grano;
subir, proyecto irracional; el grito
secular pero trémulo del macho.
Subir a lo profundo de tu altura
con eterno clamor de mano en celo,
todo mano en puro afán de sembradura,
de "sismo", de volcán, de silabeo.
Preñada el alma de memoria incluso,
luminoso verdegal en el espejo,
horizonte del olvido, de la furia.
Bajar y amarte entre el querer y el sexo,
vaciar en viejos odres la ternura,
bajar, un poco más, al desencuentro.
(19 DE OCTUBRE DE 1985)
sábado, 6 de octubre de 2007
Tu ausencia
soy puro sentimiento concitado por tu nombre,
y en tu nombre me soy,
y a tu ausencia me aferro y así me siento vivo.
Tu ausencia se me ciñe y me transforma,
arraiga entre las piedras de mi funda,
me absorbe, se confunde con mi sangre,
y quedo todo tú, en paz, sin dudas...
Carne de muro al fin, palo y arcilla
de la sombra a la vida y a la sombra
en el ciclo vital de la ceniza.
No me quites tu ausencia, no te vistas
de presencia sensata y justiciera,
sólo nací anteayer, solo y ausente.
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Los Heraldos Negros
Es un poema que llega a cualquier sensibilidad, pienso. Refleja lo mejor del sentir huérfano, náufrago y comprometido con la vida por parte de su autor. No tengo palabras que puedan llegar a la suela del zapato de estos versos.
Hay golpes en la vida, tan fuertes ... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... Yo no sé!
Son pocos; pero son... Abren zanjas obscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán talvez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.
Y el hombre... Pobre... pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.
Hay golpes en la vida, tan fuertes... Yo no sé!